Nazaret. Caballo de Troya 4 by J. J. Benítez

Nazaret. Caballo de Troya 4 by J. J. Benítez

autor:J. J. Benítez [J. J. Benítez]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788408004653
editor: Editorial Planeta
publicado: 2012-01-27T00:00:00+00:00


El regreso de Santiago —antes de lo previsto— cortó la confesión de la familia. A mi entender, una revelación bastante más destacada que la del Jesús de doce años entre los doctores de la ley, única referencia de los evangelistas a la infancia-juventud del Maestro. Y cabe preguntarse algo. Si los responsables de la narración evangélica supieron del incidente con los zelotas, ¿por qué lo ocultaron? Puede que la explicación sea sumamente sencilla. Buena parte de esas «memorias» —llamadas después evangelios— fueron confeccionadas por judíos y para judíos. ¿Interesaba sacar a la luz la imagen de un Nazareno que se había atrevido a rechazar una causa nacionalista?

La entrada del hermano en el hogar me permitió comprobar que el ocaso, que debía producirse a las 18 horas y 39 minutos, aproximadamente, hacía tiempo que se había retirado de las calles de la aldea. La oscuridad en el exterior era total.

La familia aguardó impaciente a que se acomodara junto a la roca circular que servía de mesa. Todos exploramos su semblante. Traía la mirada opaca del frustrado. Y al verle peinar la barba, María, sentada a su izquierda, fue a posar la mano derecha sobre el hombro. Él la observó fugazmente. Y en un esfuerzo por aliviar el lastre de los suyos «peinó» también la voz, restando importancia a lo sucedido en la casa del saduceo.

—Me ha recibido, sí, y ha confirmado el envío de un mensajero al tribunal de Séforis.

—Y bien...

La impaciencia de Jacobo se estrelló contra el temple de su cuñado. Sencillamente, se encogió de hombros.

—¿Eso es todo? —preguntó incrédula la Señora.

—Sí y no. Cuando le he interrogado acerca de las acusaciones ha escupido a mis pies y, furioso, se ha limitado a responder que «al igual que el otro, yo también era pasto de la Gehena». Y me ha dado con las puertas en las narices.

—¡Malnacido! Esa víbora...

Las imprecaciones de Jacobo fueron abortadas por el autoritario gesto de María. Alzó la mano izquierda ordenando calma y, pasando por alto el desplante de Ismael, fue directamente al asunto que había llamado su atención:

—¿Al igual que el otro? ¿Qué otro?

El elocuente silencio del hijo y su intuición bastaron y sobraron para que ella misma se respondiera:

—¡Juan!

Santiago asintió sin despegar los labios.

—¿Cómo lo sabes? —intervino su cuñado sin comprender.

—Dios misericordioso —explicó el hermano de Jesús— ha guiado mis pasos...

—¿Tus pasos? ¿Hacia dónde?

Miriam, irritada ante las continuas interrupciones de su marido, ordenó que se callase. Y la Señora solicitó paz.

—Antes de regresar a vuestro lado he sentido el impulso de volver a mi casa. Esta, muy excitada, me ha comunicado que uno de los sirvientes del saduceo, al igual que el viejo Jairo, había llegado secretamente, refiriéndole lo de Judá..., y algo más.

La buena voluntad de Santiago, que trataba de no preocupar inútilmente a su familia, casi se vino abajo. La voz se quebró y la madre, rápida, lo percibió. Pero, ahorcando la canosa barba con los dedos, se dominó.

—El criado —manifestó escuetamente— dice haber visto al Zebedeo. Entró en la casa del saduceo y supone que habló con él.



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